Corre por todo el noroeste argentino una hermosa y triste leyenda sobre el clavel del aire, planta que vive pendiendo de los troncos o ramas de añosos algarrobos o de los pelados peñascos.
Refiere la misma que durante una minga, un joven oficial español se enamoró de una indiecita conocida por Shullca, la que en ningún momento correspondió al apasionado amor de aquél.
Juró entonces vengarse de la que así despreciaba su cariño, y una tarde en la que la halló sola en la sierra comenzó a perseguirla.
La niña, en su desesperación, trepó a la rama más alta de un coposo algarrobo que el viento balanceaba amenazando derribarla.
Pidióle el joven con buenas palabras que bajara, prometiéndole respetarla si así lo hacía. Como la niña se negara a ello, le amenazó con su puñal.
Lo que no pudo la súplica, menos logró la amenaza.
Y entre despechado y furioso arrojó el arma que fue a clavarse en el pecho de la infeliz.
Como un pájaro cayó el cuerpo de Shullca en el vacío y tras él, el del oficial hispano. Una gota de sangre alcanzó, empero, a humedecer el tronco del árbol.
Y allí nació el clavel del aire.
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