En lo que ahora es Magallanes y mucho tiempo antes de que aquellas tierras fueran colonizadas, vivían allí dos grupos de aborígenes: los tehuelches y los onas.
Al parecer, y de acuerdo con lo que dice la leyenda, los onas eran muy mirados en menos por los tehuelches, y si así no hubiera sido, nada hubiese sucedido.
Resulta que el jefe del aikén tehuelche tenía una hija bellísima, la cual era su orgullo y alegría. Esta jovencita llamábase Calafate y tenía unos maravillosos ojos dorados. Para mal de sus pecados sintiéndose en todo superiores a los onas, era costumbre tehuelche que, al cumplir la mayoría de edad, algún joven ona fuese consagrado por el brujo del pueblo.
El joven ona que llegó al aiken para serlo resultó ser tan guapo y tan garrido que Calafate, con solo verlo, se enamoró locamente de el y él de ella.
Este gran amor echó raíces en ambos: decidieron huir, sabiendo que sus dos tribus no aceptarían su unión. En un lugar lejano ambos levantaron su choza: pero alguien supo de los planes y sin perder un segundo le comunicó al jefe y padre de Calafate.
De acuerdo con su tradición, la vida del joven ona era sagrada en las presentes circunstancias; por lo tanto el jefe intentó convencer por otros medios a Calafate de apartarse del ona y olvidar a su bien amado. ¡Todo fue en vano!
¿Cómo su hija, siempre siempre dócil y respetuosa de su padre y de las leyes de su tribu, ahora se mostraba tan rebelde e indómita?
Convencido de que aquéllo era obra del Gualiche, la deidad maligna, hizo venir a la bruja de su tribu y le ordenó que impidiera la huida de los enamorados, hechizando a Calafate, pero que sus maravillosos ojos dorados siguieran mirando su aikén, fuese cual fuese el hechizo.
Ni corta ni perezoza, la bruja la transformó en un arbusto que, cada primavera, se cubre de flores doradas, las que parecían contemplar el paraje donde conoció a su amado. El joven ona la buscó en vano por toda la región, hasta morir de pena.
La bruja, al darse cuenta del daño que había causado, hizo que esas flores, al caer, se convirtieran en un dulce fruto de color púrpura. Y ese fruto es el corazón de la hermosa tehuelche.
(Leyenda Tehuelche, Chile)
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