Monday, February 18, 2008

LA CREACION DEL MUNDO

Leyenda de Norteamerica
En Norteamérica existe una gran diversidad de culturas y, como en tantos otros sitios, varios son los mitos recogidos sobre la creación del mundo. Quizás el más común y a la vez el que libra el papel más importante es el que versa sobre El Buceador de la Tierra. Según narran los Cheyenes, Maheo (conocido en otras partes de Norteamérica como Manitú y como Wakan Tanka), el “Todo Espíritu”, creó el Gran Agua, los seres acuáticos y las aves; éstas, cansadas de volar, decidieron bucear por turno en busca de tierra. Su tarea fue baldía hasta que lo intentó la focha (ave de origen humilde), que al regresar, posó en la mano de Maheo una pequeña bola de barro que portaba en el pico. Maheo tomó la bola frotándola entre sus manos hasta que esta se expandió de tal modo que sólo pudo ser transportada por la Gran Madre Tortuga. El barro siguió creciendo sobre su espalda hasta que se creó la primera tierra.

LEYENDA DE CHONTA Y PILA


Las abuelas indias de una tribu del Ecuador cuentan de qué manera dos hermanos se salvaron de ahogarse durante un gran diluvio. Es una historia antigua y por eso resulta diferente y curiosa. Por esas tierras y montes hay una altísima montaña que tiene una virtud: cuando las lluvias causan inundaciones, sus cumbres se elevan dando estirones hacia el cielo, de manera que parece una isla que nunca se sumerge. Y fue a esta montaña a la que subieron los dos hermanos, niña y niño, cuando el gran diluvio desbordó mares y ríos. Sus nombres se olvidaron, pero podemos llamarlos Chonta y Pila. Cuando vieron que el mar comenzaba a cubrir la tierra, Chonta tomó de la mano a Pila y corrieron hacia la cumbre salvadora que los libró de ahogarse. Toda la montaña temblaba a cada estirón de su mole y los niños tuvieron que quedarse agarrados a las raíces y a las rocas para no rodar hasta los abismos. En cuanto pasó la lluvia, Chonta y Pila se asomaron a mirar los valles y vieron que todo estaba cubierto de agua. No podían bajar al lugar donde estuvo su cabaña; recorrieron la cumbre y encontraron una caverna que les serviría como refugio. Salieron a buscar algo que comer, pero sólo hallaron unas hierbas duras y raíces. - ¡Ay! -lloró Pila-, ¡me duelen las tripas de hambre! - A mí me gustaría tener una cabeza de plátanos y un ananá jugoso -suspiró Chonta. Corrían entre las rocas levantando piedras para hallar algún bicho, pero en la noche estaban tan hambrientos como al alba. Una tarde, al caer el sol, llegaron a la caverna sin aliento ya para seguir viviendo. Entonces la niña vio sobre la piedra donde machacaban las raíces un mantel de hojas frescas y sobre ellas, frutas, carnes, mazorcas de maíz y todo lo que habían soñado comer durante tantos días. - ¡Mira!, ¿quién habrá traído esta deliciosa comida?- gritó Pila. - No lo sé- contestó Chonta. Y se abalanzó sobre los manjares sin hacer preguntas. Pila hizo lo mismo y cuando estuvieron satisfechos se pusieron a dormir. En sueños oyeron gritos y risas de los guacamayos, esos grandes loros que habitan en las oscuras selvas de los valles. Al despertar, no tuvieron necesidad de recorrer los montes, porque los misteriosos seres continuaron llevándoles comida día a día. Nunca alcanzaban a verlos; acudían sólo cuando los niños dormían o se alejaban de la caverna. Sintieron una gran curiosidad de saber quiénes eran los que con tanta generosidad los alimentaban; la curiosidad fue creciendo, sobre todo porque ya no tenían mucho que hacer, sino contemplar los valles convertidos en lagos y jugar. - Escondámonos cerca, entre las rocas- sugirió Chonta. - Así sabremos quiénes son- dijo Pila. Antes del amanecer ambos se escondieron junto a la caverna. Estaban nerviosos e impacientes. Pasaron las horas, el sol empezó a calentar las rocas y, con el calorcito, a los niños les dio sueño. De pronto, algo que sobresaltó a Pila y a Chonta tembló en el aire como un arco iris. Al poco rato oyeron un fuerte aleteo y sonoros gritos. Se asomaron con cuidado y vieron unos grandes guacamayos los mismos que habitaban en las selvas, cerca de su antigua cabaña. Sin embargo, su aspecto era diferente, sus plumas de radiantes colores no relucían. Entonces se dieron cuenta de que los loros venían disfrazados con delantales y gorros de cocineros, lo que a los niños les pareció extraordinariamente cómico. Les dio tanta risa que no pudieron seguir escondidos. - Mira, Chonta, son loros disfrazados- se burló Pila. - ¡Ja, ja, ja!, ¡mira cómo las plumas les asoman por debajo de los delantales y de los gorros! -gritó Chonta, sujetándose la barriga de risa. Los loros se enojaron al oír las burlas. No les gustó tampoco haber sido descubiertos. Con las plumas erizadas y los ojos chispeantes volaron lejos, llevándose la comida. Los niños rieron largo rato; pero al ver que los guacamayos no regresaban y que luego pasaron los días sin que les trajeran alimentos, comprendieron su imprudencia y su ingratitud. - Ahora moriremos de hambre por habernos reído de nuestros amigos -gimió Pila. - Tal vez si les pedimos perdón, los hermosos guacamayos vuelvan a salvarnos- razonó Chonta. Con sus últimas fuerzas, gritaron mañana y tarde pidiendo perdón a sus bienhechores por haberlos espiado y por burlarse de sus disfraces. Al día siguiente, con gran rumor de plumas, los guacamayos regresaron; esta vez no llevaban vestimentas sino que lucían su maravilloso colorido. Los niños crecieron y engordaron con la buena alimentación y con la alegría de tener tan graciosos amigos. Todas las tardes se asomaban a los abismos para ver si el agua bajaba en los valles; y así comprobaron que lentamente volvían a formarse los ríos, las lagunas y los mares; la tierra se secaba y surgían las selvas. Un día Pila y Chonta decidieron regresar al lugar donde estuvo su cabaña, pero no querían perder a los loros, no sólo porque los habían alimentado, sino porque eran unos pájaros muy bellos. Sus parloteos, sus cantos y sus vuelos luminosos eran una compañía reconfortante. - Guardemos uno para nosotros- resolvió Pila, convertida en una muchacha-. Así no tendré tanto que trabajar cocinando. Cuando los guacamayos vinieron como siempre, con los alimentos, entre los dos hermanos apresaron a uno de ellos y le recortaron las alas para que no pudiera volar. - Perdónanos por hacerte esto, amigo, pero no queremos perderte al bajar al valle - le explicaron. Lo llevaron consigo montaña abajo, amarrado de una pata. Pero estas aves nunca abandonan a uno de los suyos, así que toda la bandada siguió a los muchachos hasta el sitio donde antes vivieran. En el valle los guacamayos se transformaron en seres humanos, en muchachas y muchachos alegres y hermosos: sus ojos brillaban y sus cabelleras tenían reflejos multicolores. Pasó el tiempo. Pila y Chonta se casaron con aquellos seres de extraña belleza, llenos de buena voluntad. Según la leyenda, este es el origen de una raza indígena ecuatoriana. Las abuelas de las tribus concluyen así la historia: "Aquellos loros misteriosos fueron dioses de las antiguas selvas y sus virtudes y poderes benéficos se transmitieron a sus descendientes".

El ORIGEN DE LA MUERTE


Leyenda de Norteamerica,

En varios de los mitos sobre los orígenes de la muerte se produce una discusión entre dos seres; en este caso es un relato de los indios chochones, habitantes de las llanuras occidentales de Norteamérica. En tiempos antiguos las dos figuras más relevantes eran el Lobo y el Coyote, y era este último el que siempre trataba de descomponer los planes del otro. Un día dijo el Lobo: cuando una persona muere se le puede devolver la vida disparando una flecha sobre la tierra que hay bajo ella. Pronto replicó el Coyote que no le parecía buena la idea, ya que si toda la gente recobraba la vida acabaría por haber demasiada en el mundo. El Lobo aceptó su razonamiento, pero decidió que fuera el hijo del Coyote el primero en morir, y su deseo provocó la muerte del muchacho. El Coyote, desolado, acudió a verlo y contándole lo sucedido le recordó sus palabras: que las personas podrían revivir disparando una flecha bajo ellas. Pero el Lobo respondió con el argumento del Coyote y es desde entonces que así ha sucedido.

LA JOROBA DE LOS BUFALOS


Leyenda de la tribu Chippewa de Canada.

Hace mucho tiempo, cuando el mundo era muy joven, el búfalo no tenía joroba. Él obtuvo su joroba un verano por su crueldad con los pájaros. Al búfalo le gustaba correr por las praderas por placer. Los zorros corrían delante de él y avisaban a los animales pequeños que su jefe, el búfalo, venía. Un día cuando el búfalo corría por las praderas, se dirigió hacia donde viven los pequeños pájaros que anidan en el suelo. Los pájaros avisaron al búfalo y a los zorros que iban en la dirección donde tenían sus nidos. Pero nadie, ni los zorros ni el búfalo, les prestó atención. El búfalo, corrió y pisoteó bajo sus pesadas patas los nidos de los pájaros. Incluso, cuando escuchó a los pájaros llorando, siguió corriendo sin parar. Nadie sabía que Nanabozho estaba cerca. Pero Nanabozho se enteró de la desgracia sucedida con los nidos de los pájaros y sintió pena por ellos. Corrió, se plantó delante del búfalo y los zorros y los hizo parar. Con su bastón golpeó fuertemente al búfalo en los hombros. El búfalo, temiendo recibir otro golpe, escondió la cabeza entre sus hombros. Pero Nanabozho solamente dijo: -Tú, a partir hoy, siempre llevarás una joroba sobre tus hombros. Y llevarás la cabeza gacha por vergüenza. Los zorros, corrieron para escapar de Nanabozho, escarbaron agujeros en el suelo y se escondieron dentro. Pero Nanabozho los encontró y les castigó: -Por ser crueles con los pájaros, siempre viviréis en el frío suelo. Desde entonces, los zorros tienen sus madrigueras en agujeros en el suelo, y los búfalos tienen joroba.

LEYENDA DE LAS TRES PIPAS


Una vez, un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad. El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa. Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando. Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre medio molesto pero ya mucho más sereno se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca. Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho". El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo, era necesario darte tiempo para que lo descubrieras vos mismo".

EL CAMINO DE SANTIAGO


La fama de Santo Domingo se incrementa notablemente a partir del siglo XV, a raíz de un milagro que rápidamente se difunde por toda Europa, en el que el Santo salva de la muerte a un joven peregrino injustamente condenado a la horca. La leyenda, en una de sus múltiples versiones, cuenta lo siguiente: Peregrinaba hacia Santiago un matrimonio alemán en compañía de su hijo, Hugonell, joven y guapo. La moza del mesón donde se hospedaron, a su paso por Santo Domingo, vengose del joven que resistía sus insinuaciones, ocultando en su morral una copa de plata, acusándole luego, ante su patrón, de haberla robado. Ella misma denuncia el hecho ante los alguaciles, que dan alcance al mozo y después de comprobar la denuncia, lo entregan a las autoridades. El joven es condenado y ahorcado. Al cabo de un mes, cuando sus padres regresan de Santiago y se acercan al patíbulo para rezar por su hijo, se encuentran con que éste está vivo, suspendido de la cuerda, y les suplica que acudan al juez de la ciudad para que lo suelten y lo dejen en libertad. El juez se encuentra sentado a la mesa a punto de trinchar una gallina; al oírles, suelta una estrepitosa carcajada y añade: ¡Tan cierto es el cuento que me acabáis de narrar como que esta gallina está viva! La gallina se incorporó sobre sus patas y saltó fuera del plato. El juez ordenó inmediatamente que se descolgara al joven y se castigara a la moza. Frente al mausoleo del Santo, choca profundamente al visitante encontrarse en el interior de un templo con un artístico gallinero, con un gallo y una gallina en su interior, que periódicamente se renuevan, con la intención de perpetuar el milagro del que arranca el dicho popular: “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”
De los distintos testimonios de los peregrinos, recogidos a partir del siglo XV, parece que éstos, con la ayuda de sus bordones, ofrecían comida a las aves cautivas en la catedral. Si éstas aceptaban, era señal de que la peregrinación llegaría a buen fin. Muchos, incluso, pujaban para conseguir una o dos plumas de aquellas aves milagrosas para lucir en sus sombreros.

EHECATL, DIOS DEL VIENTO


Se asociaba a Ehecatl con los cuatro puntos cardinales, porque el viento solpla en todas direcciones. Sus templos tenían forma cilíndrica, con el fin de ofrecer menos resistencia al viento. En algunos casos es representado con dos máscaras por las que penetra el viento. Según el mito azteca, tras la destrucción del cuarto sol los dioses se reunieron en Teotiahuacán, y Nanahuatzin y Tecciztecatl se arrojaron al fuego sacrificial y se convirtieron en el sol y la luna. Quedaron inmóviles hasta que Ehecatl sopló con fuerza sobre ellos: al principio, sólo se movió el sol pero cuando el astro se puso en el ocaso, también se movió la luna.
Imagen basada en el Codex Magliabechiano: Quetzalcóatl como Ehecatl, con los símbolos de la concha, la máscara de la trompeta de viento y el quetzal, ave célebre por las plumas de la cola, de un verde iridiscente

LA BODA DE XDZUNUUM



Una mañana llena de sol, la colibrí, o xdzunuúm que es su nombre en lengua maya, estaba parada sobre la rama de una ceiba y lloraba al contemplar su pequeño nido a medio hacer. Y es que a pesar de que llevaba días buscando materiales para construir su casa, sólo había encontrado unas cuantas ramas y hojas que no le alcanzaban. La xdzunuúm quería acabar su nido pronto, pues ahí viviría cuando se casara, pero era muy pobre y cada vez le parecía más difícil terminar su hogar y poder organizar su boda.
La xdzunuúm era tan pequeña que su llanto apenas se escuchaba; la única en oírlo fue la xkokolché, quien voló de rama en rama hasta encontrar a la triste pajarita. Al verla, le preguntó:
—¿Qué te pasa, amiga xdzunuúm?
—¡Ay! Mi pena es muy grande —sollozó más fuerte la xdzunuúm.
—Cuéntamela, tal vez yo pueda ayudarte —dijo la xkokolché.
—¡No! Nadie puede remediar mi dolor —chilló la xdzunuúm.
—Ándale, platícame qué tienes —insistió la xkokolché.
—Bueno —accedió la xdzunuúm—. Fíjate que me quiero casar, pero mi novio y yo somos tan pobres que no tenemos nido ni podemos hacer la fiesta.
—¡Uy! Eso sí que es un problema, porque yo soy pobre también —respondió la xkokolché.
—¿Lo ves? Te lo dije, nadie me puede ayudar —gritó la xdzunuúm.
—No llores, espérate, ahorita se me ocurre algo —aseguró la xkokolché. Las dos aves pensaron un rato; desesperada, la xdzunuúm ya iba a llorar de nuevo, cuando la xkokolché tuvo una idea:
—Mira, tú y yo solas no vamos a poder con la boda. Tenemos que llamar a otros animales para que nos ayuden.
Apenas acabó de hablar, la xkokolché entonó una canción en maya, que decía así:
U tul chichan chiich, u kat socobel, ma tu patal xun, minaan y nuucul.
De esta forma, la xkokolché contaba que una pajarita se quería casar, pero no tenía recursos para hacerlo. Luego repitió la canción; como su voz era tan dulce, algunos animales y hasta el agua y los árboles se acercaron a escucharla. Cuando ella los vio muy atentos a sus palabras, les pidió ayuda con este canto:
Minaan u xbakal, minaan u nokil, minaan u xanbil, minaan u xacheil, minaan u neeneíl, minaan u chu-cí, minaan u necteíl.
Con esas palabras, la xkokolché les explicaba:
No tiene el collar, no tiene el vestido, no tiene los zapatos, no tiene el peine, no tiene el espejo, no tiene los dulces, no tiene las flores.
Mientras la xkokolché cantaba, la xdzunuúm derramaba gruesos lagrimones. Así, entre las dos lograron que todos los presentes quisieran ayudar. Por un momento, se quedaron callados, luego, se escucharon varias voces:
—Que se haga la boda, yo daré el collar —dijo el ave xomxaníl, dispuesta a prestar el adorno amarillo que tenía en el pecho.
—Que se haga la boda, yo daré el vestido —ofreció la araña y empezó a tejer una tela muy fina para vestir a la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los zapatos —aseguró el venado.
—Que se haga la boda, yo daré el peine —prometió la iguana y se quitó algunas púas de las que cubren su lomo.
—Que se haga la boda, yo daré el espejo —afirmó el cenote, pues su agua era tan cristalina que en ella podría contemplarse la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los dulces —se comprometió la abeja y se fue a traer la miel de su panal.
Con eso, ya estaba listo lo necesario para la boda. La xdzunuúm lloró de nuevo, pero ahora de alegría. Luego, voló a buscar al novio y le dijo que ya podían casarse. A los pocos días, se celebró una gran boda, y por supuesto, la xkokolché fue la madrina. En la fiesta hubo de todo, porque los invitados llevaron muchos regalos. Desde entonces, la xdzunuúm dejó de lamentar su pobreza, pues supo que contaba con grandes amigos en el mundo maya.

LEYENDA DEL PERRO Y KAKASBAL


Un hombre era tan pobre que siempre estaba de mal humor y así no perdía la ocasión de maltratar a un infeliz perro que tenía. Kakasbal [espíritu del mal], que está en todo, vio que podía sacar partido de la inquina que seguramente el perro sentía contra su amo y así se le apareció y le dijo:
—Ven acá y dime qué te pasa, pues te veo triste.
—Cómo no he de estarlo si mi amo me pega cada vez que quiere— respondió el perro.
—Yo sé que es de malos sentimientos. ¿Por qué no lo abandonas?
—Es mi amo y debo serle fiel.
—Yo podría ayudarte a escapar.
—Por nada le dejaré.
—Nunca agradecerá tu fidelidad.
—No importa, le seré fiel.
Pero tanto insistió Kakasbal que el perro, por quitárselo de encima, le dijo:
—Creo que me has convencido; dime, ¿qué debo hacer?
—Entrégame tu alma.
—¿Y qué me darás a cambio?
—Lo que quieras.
—Dame un hueso por cada pelo de mi cuerpo.
—Acepto.
—Cuenta, pues...
Y Kakasbal se puso a contar los pelos del perro; pero cuando sus dedos llegaban a la cola, éste se acordó de la fidelidad que debía a su amo y pegó un salto y la cuenta se perdió.
—¿Por qué te mueves?— le preguntó Kakasbal.
—No puedo con las pulgas que me comen día y noche. Vuelve a empezar.
Cien veces Kakasbal empezó la cuenta y cien veces tuvo que interrumpirla porque el perro saltaba. Al fin Kakasbal dijo:
—No cuento más. Me has engañado; pero me has dado una lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro.

SAC MUYAL


Cierta vez, Sac Muyal robó a una muchacha y desapareció con ella. Para rescatarla, el amante recorrió día y noche montes y caminos. De pronto le salió al paso una serpiente y le dijo:
—Sé lo que buscas y quiero ayudarte. Sácame un poco de sangre, bébela y entonces seré tu guía.
Lo hizo así y echó a andar detrás de la serpiente; pero como esta era perezosa, después de un rato se quedó dormida. Entonces el hombre la azotó con un bejuco y sólo de ese modo reanudó su camino. A poco llegó a un monte tan tupido que le fue imposible avanzar más. Ya se volvía desconsolado cuando una vieja se le acercó y le dijo:
—Toma esta hebra de mi pelo; tírala y podrás seguir tu ruta.
En cuanto tiró la hebra se abrió una vereda y sin dificultad caminó hasta alcalzar la orilla de un lago. Entonces ahí un venado le dijo:
—Toma esta piedra, échala al agua y lo podrás cruzar.
El hombre tiró la piedra y como en sueños fue llevado a la otra orilla. Aquí se le apareció un águila y le dijo:
—Toma esta uña de mis garras; te será útil. Ahora sigue tu camino.
Avanzó y al pasar bajo una anona le cayó en los ojos una gotita de savia y quedó ciego. Entonces un escarabajo le dijo:
—Pásate esta bolita de tierra por los ojos y volverás a ver.
Se la pasó dos veces y recobró la vista. Siguió avanzando y se detuvo junto a una cueva donde estaban la vieja, el venado, el águila y el escarabajo. La vieja le habló así:
—Ha llegado el término de tu viaje. Entra en la cueva y ahí encontrarás a la muchacha que buscas.
El venado le dijo:
—Tócala con la piedra.
El águila le dijo:
—Tócala con la uña.
El escarabajo le dijo:
—Pásale la bolita por los ojos.
La serpiente le dijo:
—Rocíala con el agua de tu calabazo.
El hombre cumplió con lo que le dijeron, pero en eso se le nubló la razón y ya no supo más de sí. Cuando despertó, tenía en sus brazos a la muchacha que le robó Sac Muyal.

EL TESORO DEL PIRATA


Una noche del mes de Abril del año de gracia de 1592, desembarcó en las playas de Campeche un grupo de personajes misteriosos. La maniobra ocurría en la zona de los manglares, que ahora se hallan a un paso de la ciudad, pero que, en aquel entonces, estaban a considerable distancia del pequeño puerto y se perdían en la espesura tropical característica de la región.
La del desembarco era tierra de nadie, y la selva que allí crecía propicia para disimular diligencias de forajidos. De más está anotar que el silencio reinaba en el lugar y que, a excepción de las figuras que se agitaban en la playa, ningún otro ser humano podía localizarse a esas horas en las cercanías, ya que aquellos andurriales permanecían desiertos incluso de día. El grupo llegado del mar en la negrura de la noche lo componían cuatro sujetos; y, quien hubiera sido testigo de lo que acontecía, habría observado que dos de los personajes, por su atuendo y sus gestos, no eran sino filibusteros, y los dos restantes, prisioneros que los bandidos habían adquirido en alguno de sus abordajes oceánicos.
Habiendo amarrado el bote en que desembarcaron, los cautivos, en acatamiento a las órdenes de los piratas que, sable en mano, dictaban peretorias disciplinas, pusiéronse en marcha hacia el interior cargando sobre sus hombros dos enormes cofres que, a juzgar por el lento paso de los porteadores, habían sido llenados a toda su capacidad de peso de varias decenas de kilos. La caravana se internó en la jungla y a poco arribó a las faldas del cerro en donde posteriormente fue construido el castillo de San José el Alto, subió por una vereda y desviándose en la cima se dirigió a un emplazamiento en que, traspuesto en seto de arbustos, apareció la boca de una caverna. Los piratas, que, por la seguridad con que se movían en medio de la obscuridad en esos parajes, indudablemente estaban familiarizados con la geografía del sector, mandaron a los cargadores penetrar en la gruta; y, caminando durante varios minutos por los pasillos de la misma y alcanzando un punto alejado de la entrada, ordenaron detener la marcha y depositar la carga en tierra.
El lector habrá comprendido ya que los cofres contenían oro y joyas en gruesas cantidades, producto de las depredaciones de los asaltantes, y que, siguiendo una tradición practicada en la hermandad, los ladrones del cuento habían llevado al sitio mencionado su botín para enterrarlo allí y agregarlo al caudal que periódicamente habían ido depositando en el refugio. Con los picos y palas que transportaron, los prisioneros, cumpliendo las indicaciones de sus captores, se dedicaron a cavar apresuradamente en el piso; y al cabo de una hora habían abierto ya una oquedad suficientemente amplia para recibir el precioso cargamento.
Mientras los cavadores transpiraban copiosamente después de terminada su ruda tarea, el que se conducía como jefe, examinando la hondonada abierta, exclamó satisfecho: -Habéis hecho un buen trabajo por lo cual os felicito. Estoy contento de vosotros y, para demostraros mi reconocimiento, os permitiré que descanséis para ahuyentar todas las fatigas que os hemos obligado a pasar.
Y, esto diciendo, lanzó una sonora carcajada que retumbó diabólicamente en la cueva. Los desgraciados presos se dieron cuenta de la sorna con que hablaba el desalmado solamente cuando vieron que se apoderaba de las pistolas que llevaba en bandolera sobre el pecho, y un rayo de luz iluminó sus embotadas conciencias: ¡estaban condenados a muerte!
Luego de asesinar a sangre fría a sus víctimas, los truhanes arrojaron los cadáveres al foso preparado para el tesoro, bajaron los cofres colocándolos sobre los cuerpos sin vida y procedieron a ocultar los vestigios de su fechoría rellenando adecuadamente, con la tierra extraída, el marco de los acontecimientos.
Regularmente, en el transcurso de tres años, se repitieron escenas semejantes a la descrita; de manera que la caverna de la historia se almacenaba ya, en el subsuelo, una fortuna respetable, de cuya existencia únicamente los dos piratas del presente relato poseían el secreto. Y en el año de 1595, hacía el mes de Diciembre, encontramos nuevamente a los dos pillos, en el camarote del jefe, poco después de haber obtenido un cuantioso botín arrebatado a una nao mercante que, pertrechaba con una fuerte dotación de oro en barras, se dirigía de Veracruz a España y ahora yacía en el fondo del Golfo.
Decía el cabecilla: -óye bien, dinamarqués: Como tú me has sido fiel en las buenas y en las malas, aunque sea yo un villano tengo también corazón, y quiero confiarte que éste será nuestro último viaje a Campeche. Has de saber que mañana, después de desembarcar y ejecutar lo acostumbrado, no volveremos a la nave. Proyecto establecerme en ese puerto como un honrado burgués, por lo cual tengo con qué. Y, por supuesto, tu, que has sido mi compañero leal, compartirás mi hacienda, pues no soy ingrato, para que te instales donde te plazca.
A lo que el dinamarqués respondió: -De acuerdo, capitán, y no puedo menos que agradeceros vuestra generosidad y alabar vuestra decisión. Estoy presto a obedeceros como siempre. Pero ¿no creéis que la tripulación entrará en sospechas cuando no nos vea regresar? -¡Ca! ¡Descuida! Nuestros amigos tienen cuenta con la justicia, igual que nosotros, aunque hasta hoy no hayamos sido identificados; y si no nos ven volver, pensarán que las autoridades nos descubrieron; y, para evitarse dificultades, zarparán olvidándose de nosotros.
El danés conociendo la mentalidad bucanera, entendió que su jefe decía la verdad, y respondió: -Tenéis razón, capitán. Nuestros hombres no querrán sacrificarse por vos, pues por algo son piratas, a pesar de que siempre habéis tratado equitativamente en todo. Y no dudo que, convencidos de que caímos en manos del verdugo, no desaprovecharán la oportunidad para adueñarse de vuestro velero creyendo que son muy listos. -¡Adelante, pues! –dijo el jefe-. ¡Y no se hable más del asunto.
Al día siguiente, los bandidos desembarcaron en el sitio habitual y ordenaron a sus prisioneros marchar al escondite del tesoro. Ya en la gruta, abierta la cavidad para depositar el botín, el capitán sacó las pistolas para despachar a los infortunados porteadores; pero, al pretender disparar, las armas no funcionaron. Reaccionando, los prisioneros, quisieron escapar, pero fueron bloqueados en su intento de fuga por el danés que, de certeros mandobles, envió a los indefensos al otro mundo. -¡Bien hecho, dinamarqués! –gritó el capitán-. Y ahora procedamos a sepultar a éstos y repartirnos el tesoro para avecindarnos en Campeche. -¡Un momento, capitán! ¡Vos no iréis a ninguna parte! –dijo el danés-. ¡Tiempo ha que esperaba una ocasión como ésta, y ahora que se presenta no voy a desperdiciarla!. -¿Qué quieres decir, insensato?-, rugió el jefe. -Quiere decir, capitán –repuso resueltamente el danés-, que si creéis en Dios o en el diablo rezad vuestras oraciones a cualquiera que os convenga, pues ya sois hombre muerto.
Y vació sus pistolas sobre el sorprendido filibustero, que rodó exánime a los pies del facineroso.
Varios años después, un personaje de rostro curtido por el sol, que había llegado al puerto en calidad de gran señor, contrajo matrimonio con una hermosa y aristocrática dama. Y, aunque por lo bajo se comentaba que el personaje tenía modales de rústico, que salpicaba su conversación con juramentos de mozo de cubierta y que, además de insolente, acusaba feroz aspecto, su riqueza garantizaba su elevada alcurnia. Y los desposados fueron el tronco de una de las más linajudas y renombradas familias que hubo en Campeche durante el período colonial.

LEYENDA DEL TUNKULUCHU


En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.
Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.
También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.
Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.
De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.
Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.
En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.
El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.
Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.
Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.
Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.

LA PALOMA TORCAZ


Había una vez un guerrero valiente y apuesto. Amaba la caza y así, con frecuencia, iba por los bosques persiguiendo animales. En una de sus cacerías llegó junto a un lago y, lleno de asombro, contempló a una mujer bellísima que bogaba en una canoa. El guerrero quedó tan enamorado que, muchas veces, volvió al lugar con el ánimo de verla; pero fue inútil, pues, ante sus ojos, sólo brillaron las aguas del lago. Entonces pidió consejo a una hechicera, la cual le dijo:
—No la verás nunca más, a menos que aceptes convertirte en palomo.
—¡Sólo quiero verla otra vez!
—Si te vuelves palomo jamás recuperarás tu forma humana.
—¡Sólo quiero volverla a ver!
—Si así lo deseas, hágase tu voluntad.
Y la hechicera le clavó en el cuello una espina y en el acto el joven se convirtió en palomo. Este levantó el vuelo y fue al lago y se posó en una rama y al poco rato vio a la mujer y, sin poderse contener, se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos. Entonces la mujer lo tomó entre sus manos y, al acariciarlo, le quitó la espina que tenía clavada en el cuello. ¡Nunca lo hubiera hecho, pues el palomo inclinó la cabeza y cayó muerto! Al ver esto, la mujer, desesperada, se hundió en el cuello la misma espina y se convirtió en paloma. Y desde aquel día llora la muerte de su palomo.

LA TRISTEZA DEL MAYA


Desde comienzos de su civilización (hace aproximadamente 3 000 años), los mayas han elaborado cuentos, leyendas y fábulas referidos a personajes míticos, al orden y a las leyes de la naturaleza. Resultado de la experiencia individual y colectiva de un pueblo, así como producto de la imaginación, estos relatos nos ayudan a entender una forma de vida y nos permiten la entrada a una de las más misteriosas culturas de la historia. El relato que aquí presentamos es —hasta donde se sabe— de autor anónimo y corresponde a una fecha indeterminada. En cambio, son muy precisas su localización —la península de Yucatán, México— y su procedencia maya. Esta fábula se titula La tristeza del maya.
Un día los animales se acercaron a un maya y le dijeron:
—No queremos verte triste, pídenos lo que quieras y lo tendrás.
El maya dijo:
—Quiero ser feliz.
La lechuza respondió:
—¿Quién sabe lo que es la felicidad? Pídenos cosas más humanas.
—Bueno —añadió el hombre—, quiero tener buena vista.
El zopilote le dijo:
—Tendrás la mía.
—Quiero ser fuerte.
El jaguar le dijo:
—Serás fuerte como yo.
—Quiero caminar sin cansarme.
El venado le dijo:
—Te daré mis piernas.
—Quiero adivinar la llegada de las lluvias.
El ruiseñor le dijo:
—Te avisaré con mi canto.
—Quiero ser astuto.
El zorro le dijo:
—Te enseñaré a serlo.
—Quiero trepar a los árboles.
La ardilla le dijo:
—Te daré mis uñas.
—Quiero conocer las plantas medicinales.
La serpiente le dijo:
—¡Ah, esa es cosa mía porque yo conozco todas las plantas! Te las marcaré en el campo.
Y al oír esto último, el maya se alejó.
Entonces la lechuza dijo a los animales:
—El hombre ahora sabe más cosas y puede hacer más cosas, pero siempre estará triste.
Y la chachalaca se puso a gritar: —¡Pobres animales! ¡Pobres animales!

LA XKOKOLCHE


(ave de hermoso canto que se oye por las noches)
Era ya de noche en El Mayab, cuando la xkokolché tocó a la puerta de una casa muy rica; ese día había volado de un lugar a otro para pedir trabajo, pero nadie quería dárselo.
Uno de los criados principales salió a atender su llamado, y al ver el plumaje opaco y cenizo de la xkokolché, estuvo a punto de decirle que se fuera, cuando recordó que necesitaba una sirvienta para las tareasque nadie aceptaba hacer, así que la contrató.
A partir de entonces, la xkokolché trabajó escondida en la cocina, porque le dijeron que si un día la hija de los dueños se encontraba con ella, la correría por fea. Esa hija era la chacdzidzib, o cardenal, una pájara muy consentida, quien estaba tan orgullosa de su bello plumaje rojo y del copete que adornaba su frente, que se creía merecedora de todas las atenciones.
La xkokolché vivía triste y solitaria, pues nadie se acercaba a platicar con ella. Así pasó el tiempo, hasta que un día, la chacdzidzib tuvo un capricho: se le ocurrió aprender a cantar. De inmediato, sus padres contrataron al pájaro clarín, que era el mejor maestro de canto.
El clarín empezó a dar sus clases; llegaba por la tarde y pasaba horas tratando que su alumna aprendiera a cantar, pero era inútil. La chacdzidzib era una estudiante muy floja, le aburría practicar y se distraía en las clases.
Y aunque el clarín no lo sabía, tenía otra alumna dedicada y estudiosa: la xkokolché, que escondida en la cocina, cada clase estaba atenta a las explicaciones del maestro y después repetía la lección, de esa forma olvidaba su soledad.
Muy pronto la xkokolché llegó a cantar aún más bonito que el clarín, a diferencia de la presumida chacdzidzib, cuya voz era ronca y desafinada. El maestro se cansó de tratar de enseñarle a una alumna tan mala, así que renunció a darle clase.
A la chacdzidzib eso no le importó mucho, pues se entretuvo con otro capricho, pero a la xkokolché se le acabó su único entretenimiento. Para consolarse, inventaba una canción todas las noches. Nadie sabía de dónde venía ese canto, pero al oírlo, todos los animales se quedaban en silencio y escuchaban.
A quien más le gustaba esa canción era al cenzontle. Ya había buscado por todas partes al ave de la bella voz, hasta que una noche fue invitado a cenar a casa de la chacdzidzib. A la mitad de la cena, oyó la voz que tan bien conocía, entonces se levantó de la mesa y entró a las habitaciones, con la esperanza de encontrar a la cantante.
Así, llegó a la cocina y vio a la xkokolché cantando. El cenzontle no quiso interrumpirla y se fue sin hacer ruido, pero regresó cada noche a escucharla.
El cenzontle se dio cuenta de la soledad en que vivía la xkokolché y conmovido, una madrugada entró a la cocina y se la robó. Al día siguiente la presentó con los animales y les dijo que ella era el ave del hermoso canto que se oía en las noches; como la recibieron con cariño, la xkokolché cantó aún mejor. Desde entonces, su canto logra que los pájaros se sientan tristes y felices al mismo tiempo, por eso todos la admiran. Bueno, casi todos, porque la chacdzidzib no disfruta al escuchar a su antigua sirvienta, ya que le recuerda que aunque ella es muy bonita, no puede cantar igual.

EL CANANCOL



La ceremonia del Canancol empieza con el día y es bastante compleja: se trazan dos líneas diagonales que cruzan la milpa de un extremo a otro. En el centro, donde se cruzan las dos líneas, el hechicero fabrica un muñeco, cuyo tamaño depende del de la milpa. Mientras lo hace, le pide a los dioses que sean benignos, y les explica que el dueño solo tiene la milpa para alimentar a sus hijos. Una vez hecho el esqueleto, lo cubre con cera de nueve colmenas; en el lugar de los ojos le pone dos frijoles y le hace los dientes con granos de maíz y las uñas con frijoles blancos. Cuando termina la tarea, lo sienta sobre nueve trozos de yuca y se lo presenta al sol y a la lluvia. Al final, reparte suficiente balché, de manera que todos los presentes se emborrachen y no puedan ver a los dioses cuando bajen a la tierra. Al mediodía, el brujo le hace una incisión al canancol, desde la mano derecha hasta el codo y luego, corta levemente el dedo meñique del dueño de la milpa para sacarle nueve gotas de sangre, las cuales deja caer en la cortada que le hizo al muñeco, para que le dé vida y convierta al Canancol en su siervo. Éste recién nacido le debe obedecer, porque los dioses lo castigarían si no lo hace. La primera orden que recibe es la de castigar a cualquier ladrón que trate de robar los frutos de la milpa, para lo cual, el brujo le pone una piedra al muñeco en la mano derecha. Después, con la piedra en la mano, lo entierran en la milpa cubierto con palmas que se quitarán cuando los elotes empiecen a despuntar. Todo el mundo sabe que, en las milpas donde hay un Canancol, no se puede entrar a robar so pena de recibir las pedradas mortales que le propinará su muñeco guardián. Hasta el dueño tiene que tomar precauciones. Si quiere entrar a su terreno, tiene que silbar tres veces, acercársele despacio y quitarle la piedra de la mano. En la noche, cuando acaba la faena y vuelve a dejar solo el campo, tiene que devolverle la piedra y volver a silbar, de manera que el Canancol sepa que tiene que cumplir con su tarea.

XTACUMBIL-XUNAAN



¡Tierra pálida y fértil; tierra hermosa, adormecida bajo el manto encantado de sus reminiscencias y entre el polvo de las grandezas de un lejano ayer! . . .¡Tierra pródiga y hospitalaria que se brinda, generosamente, al viajero y le ofrece el inapreciable tesoro de su alma llena de sinceridad, empapándolo en sus leyendas, en sus costumbres, en su inmensa poseía!. . .Tierra bendita que guarda con amor las lágrimas que aún lloran los dioses sobre el despojo de sus razas muertas, y se deleita con el perenne arrullo con que ellas se deslizan hasta el mar, y donde la vida se halla por doquiera como surgida de la nada ante el sublime conjuro de Itzamná. Donde cada paisaje parece emanar el misterioso aliento de HUNAB-KU, cual si éste hubiera bajado de invisible reino para gozar de la extraña luminosidad de sus cielos, y donde allá, en el augusto silencio de las noches obscuras, que apenas se interrumpe por el tenue soplar de los BACABES, todavía ve el caminante de los viejos caminos, peinarse sus negros cabellos a la XTABAY.
Allí está Bolonchén (Nueve Pozos) risueño pueblecillo escondido tras los pequeños montículos que corren a juntarse con la Sierra Alta, en el Norte del Estado de Campeche, apenas visitado por los mismos habitantes de la región y admirado tan sólo por los decires de la gente, como si no guardara nada extraordinario y su visita no valiera sin las comodidades que ofrecen casi todos los medios modernos de comunicación.
Allí se conservan las tradiciones del pasado como en tantas otras ciudades y pueblecillos que han podido escapar a la barbarie del modernismo, como pudiera vivir en tanto tiempo la leyenda de quel lento discurrir del "chivo brujo", por las antiguas murallas de Campeche, y como ha podido vivir el alma de los mayas, despreciando el transcurso de los siglos, en el obscuro refugio de un maravilloso cenote cercano a Bolonchenticul.
Se hizo el poblado en torno de nueve pozos naturales labrados por su dios entre la roca -pues siempre amaron el frescor de las aguas- que se proveían de ella por las filtraciones de alguna cueva ignorada a donde se había podido juntar el agua de las lluvias; pero a menudo ésta escaseaba y el pueblo sufría muy grandes penalidades para conseguirla. Era su jefe un valeroso mancebo que se había distinguido de manera brillante en unas luchas que habían tenido recientemente; luchas en las que siempre se vieron envueltos y que costaron la ruina de florecientes imperios pues en ellas había surgido de aquel joven un astuto y habilísimo guerrero. Enamórase éste, locamente de una hermosa doncella a la que todo el pueblo amaba también por su pureza y la tersura de su cuerpo, pues su sola presencia hablaba de una infinita bondad, su alma transparente era de diosa y su voz tenía el acento de los manantiales.
La amaba con toda la fuerza de su corazón y no pensaba en otra cosa sino en ella; necesitaba su amor, necesitaba verla, contemplarla para poder ofrendar ante sus dones sus magnos proyectos de conquista. Y un buen día sintió empañarse el mundo de su dicha al saber que la madre de su amada, celosa del inmenso amor que sabía le profesaba y temerosa de que el joven guerrero le arrebatara para siempre el cariño que había sido para ella la más grande dulzura de su vida, había escondido a la doncella en un lugar que todos ignoraban.
Acabóse bruscamente la alegría del jefe, y con ella la del pueblo; se olvidó de la guerra y se olvidó de todo; rogó a los dioses que se la devolvieran, envió emisarios por todos los senderos para que la buscaran, y el pueblo entero se dispersó, desesperado, de que el tiempo corriera y no se hallara a la joven por ningún lado. Cuando ya empezaban sus vasallos a retornar, considerando inútil tan fatigosa búsqueda, alguien dio la noticia de que parecía oírse la voz de la doncella en el fondo de una prodigiosa gruta cercana a Bolonchén.
Presto fue allá el guerrero con toda su gente; penetró por un estrecho y pendiente sendero que empezaba a descender desde la boca de la gruta, abierta entre las peñas, y se encontró de pronto con un hondo precipicio, en cuyos bordes se apoyaban enormes salientes de las rocas que parecían más bien columnas de cristal y brillaban fantásticamente al resplandor de las antorchas que llevaban. Callaron todos; en vano trataron de encontrar un camino para llegar al fondo de la cueva; las luces de tantas antorchas se disipaban en la inmensidad de aquellas tinieblas, pero se oía rumor de alguien que estuviera o se agitase en el fondo de la gruta.
Mandó el jefe cortar árboles y lianas de los bosques y traer cordeles de "yax-ci" para juntarlos, mandó también que todos vinieran a ayudarlo en su tarea y el pueblo trabajó noche y día en construir una gigantesca escalera para que el aguerrido mancebo pudiera bajar hasta el fondo de la caverna y contemplar a la ansiada doncella de sus sueños y dueña de su corazón.
Cuando estuvo terminada, después de sufrir indecible fatiga, bajó el guerrero seguido por las mujeres y los hombres del poblado. A la luz de las antorchas, se extasiaron todos al contemplar a la hermosa doncella, que fue conducida entre aclamaciones hasta el pueblo. Volvió a él la alegría, la tranquilidad, la vida; sus habitantes, desde entonces la veneraban y le rendían el culto que a sus dioses, porque bastaba su presencia para reanimar lo que estaba casi muerto, cual si un hechizo divino fluyera a cada paso de la virgen amada.
Ya nada importaba que en los pozos del pueblo se agotara el precioso líquido que fuera motivo de sus sufrimientos, ni que CHAC dejara de retumbar en las alturas para romper las nubes y hacer bajar el rocío de los cielos; para eso había bajado el guerrero a las profundidades de la gruta, a arrancar a esa madre celosa que es la tierra, la hermosa doncella que había escondido en sus entrañas; el agua, a la que había encontrado el mancebo en siete estanques formados en la roca, que desde entonces se llama CHACHA o agua roja, PUCUELHA o reflujo, porque es fama que tienen olas como el mar y que es preciso acercarse a él en absoluto silencio, porque al menor ruido el agua desaparece; SALLAB o salto del agua; AKABHA u obscuridad; CHOCOHA o agua caliente, por la temperatura que ésta guarda; OCIHA, por el color de leche que tiene el agua, y el último CHIMAISHA, por ciertos insectos llamados chimais que abundan en él. Desde entonces tomó también este maravilloso DZNOT (centoe) el nombre de XTACUMBIL-XUNAÁN, o de la Señora Escondida (Del verbo TACUN, esconder y XUNAAN, señora).
Viven aún en la gruta la hermosa doncella que escondió la tierra a los amores del guerrero maya y a las miradas de todos los hombres, porque ellos también la amaron y la seguirán amando en el eterno transcurso de los tiempos. Todavía llega hasta allí, silenciosamente la sombra del mancebo; oculta por el indescifrable misterio de las tinieblas, para ofrendarle su cariño y sentir otra vez el palpitar de su cuerpo y el hechizo inefable de sus frescas caricias.
de FERNANDO OSORIO CASTRO

LEYENDAS DE LOS ANIMALES



QUETZAL





Este habitante de los bosques de niebla del mundo maya -Sierra Madre de Chiapas y partes elevadas de los Altos de Guatemala- fue símbolo de majestuosidad, belleza, fertilidad, abundancia y vida. Los adornos, atuendos y estandartes confeccionados con su iridiscente plumaje eran la materialización del poder, el tributo y la riqueza. Como ejemplo del respeto que los mayas tenían por la naturaleza, cabe destacar que nunca mataban a estas aves para quitarles sus plumas; las atrapaban, tomaban algunas plumas de su cola --que medían alrededor de noventa centímetros-- y las dejaban en libertad, sabiendo que sus alas crecerían de nuevo.



JAGUAR




Balam, para los mayas, el jaguar simbolizó el poder que acompañaba a los sacerdotes, guerreros y hechiceros. Incluso algunos distinguidos comerciantes portaron pieles de jaguar. Estuvo ligado a las fuentes del agua y la fertilidad de la tierra; pero también a la oscuridad y al inframundo. Su piel moteada representó para los mayas el cielo estrellado.





COCODRILO





Dentro de la cosmogonía maya, un enorme cocodrilo sostenía la Tierra. En el centro ceremonial de la ciudad de Lamanai, en Belice, se veneró a este animal como fuente de poder. Se le representaba con el signo imix, relacionado con el maíz y la flor de mayo. Itzamná, deidad esencial del pueblo maya, considerada energía fecundante del universo, es a menudo representada emergiendo de las fauces de un cocodrilo. También se le relacionó con la ceiba, el árbol sagrado de los mayas.





COLIBRI




Era admirado porque, a pesar de su tamaño, mostraba gran fuerza y poderío al volar. Su belleza, colorido y precisión eran además cualidades muy apreciadas. Cabe destacar que los mexicas pensaban que esta ave nunca moría, y era el símbolo de Huitzilopochtli. En la cultura zapoteca, era el encargado de beber la sangre de los sacrificios.





MARIPOSAS



Las culturas prehispánicas consideraban que las mariposas eran las almas de los guerreros muertos en batalla o sacrificio. Después de acompañar durante cuatro años al Sol en su recorrido diario, se convertían en este insecto.






MONO






Este animal está ligado a la concepción de que los primeros hombres fueron monos. Para mayor referencia, consúltese El Popol Vuh.





MURCIELAGO
Llamado tzotz en maya, este animal nocturno estaba ligado con la muerte, los sacrificios y las fuerzas de la oscuridad. En su mitología, Camazotz, Murciélago de la Muerte, había cortado la cabeza a los Héroes Gemelos.






SAPO
Llamado bab entre los mayas, este animal estuvo relacionado con los rituales de agua y en diversas cosmogonías de Mesoamérica se le consideró mensajero de los dioses.






SERPIENTE
Caan, en maya; cóatl para los mexicas, es un animal sobresaliente en las culturas prehispánicas, baste pensar en Quetzalcóatl, la serpiente emplumada -Kukulcán para los mayas-. Las deidades del agua y la fertilidad de la Tierra están estrechamente ligadas a este poderoso animal.





TORTUGA


Está también relacionada con el agua. Para los mayas, el caparazón de la tortuga simbolizaba la forma circular de la Tierra, y se utilizó como instrumento musical, ya que reproducía el sonido de los rayos que anteceden a la lluvia.




VENADO



En la mitología maya, fue un venado el que, con su pezuña, formó los órganos sexuales de la luna. Además, era admirado por su belleza y agilidad.




ARANA
Los mayas la relacionaban con Ixchel, diosa de los nacimientos, los embarazos y la fertilidad.



TLACUACHE





Es un animal muy inteligente, con gran resistencia física y facultad para fingirse muerto ante el peligro. Para las culturas prehispánicas, era el viajero que transporta los bienes del otro mundo a éste. También está ligado a las "conspicuas costumbres" y aparece representado en el Códice Dresde.



CARACOL
Símbolo por excelencia del agua e instrumento musical, el caracol recuerda el concepto maya de que el tiempo es cíclico y no lineal. Su particular sonido estaba ligado a los actos y celebraciones más importantes del mundo prehispánico y es una de las posibles simbologías del cero entre los mayas.




BUHO
Los mayas lo relacionaban con la fertilidad y la muerte. También era considerado mensajero del inframundo.



ABEJAS
Los mayas fueron excelentes apicultores que valoraron las propiedades de la miel. En el Códice Madrid aparecen representadas.































































































































EL MAYAB




Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.
Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.
Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.
Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.
Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar.
Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:
—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.
Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab.

EL ENANO DE UXMAL



En la aldea de Kabán vivía una vieja con fama de bruja. Cierta vez encontró un huevo pequeñito y llena de alegría lo guardó en un sitio tibio y oscuro. Todos los días lo sacaba para contemplarlo y acariciarlo. Y sucedió que después de varias semanas, el huevo se abrió y nació un niño. La bruja lo arrulló, pero como no podía alimentarlo buscó una mujer recién parida. Vino la mujer y amamantó al niño como si fuera su propio hijo. Al ver tanta ternura la bruja le dijo:
—De hoy en adelante tú serás la madre y yo seré la abuela.
El niño creció un palmo y no más y, en poco tiempo, cambió de aspecto; tuvo barba y se le hizo grande la nariz. Era, pues, un enano.
Cuando la bruja se dio cuenta de esto, quiso más a la criatura.
Como la mayor parte del tiempo la bruja permanecía junto al fogón, el enano sospechó que algún misterio guardaba aquel sitio y así se propuso averiguarlo. En un descuido de la bruja, hurgó en la cenizas y tropezó con un tunkul [instrumento de percusión hecho con un tronco hueco]. En cuanto lo tuvo en sus manos, lo golpeó y su sonido se oyó a mucha distancia. Al oír tal ruido, la bruja vino, se acercó a su nieto y le dijo:
—Lo que has hecho ya no tiene remedio. Pero te digo que no pasará mucho tiempo sin que sucedan cosas que llenarán de espanto a la gente y tú mismo te verás envuelto en sus consecuencias.
El enano contestó:
—Yo no soy viejo y las veré.
La bruja replicó:
—Yo soy vieja y las veré también.
El rey de Uxmal y sus consejeros sabían que el ruido de aquel tunkul anunciaba el fin del reinado; pero éstos, por no afligir a su señor, le dijeron:
—Lucha contra tu destino
—¿Cómo?—preguntó el rey.
—Busca al que tocó el tunkul; acaso de sus labios oigas la verdad que necesitas.
El rey ordenó que sus guardias salieran en busca del que tocó el tunkul; y después de mucho andar, lo hallaron y lo trajeron al palacio. Al ver al enano el rey le dijo:
—¿Qué anuncia el ruido de ese tunkul?
—Tú lo sabes mejor que yo—contestó el enano.
—¿Me puedo librar de que se cumpla la profecía?—pregunto el rey.
—Manda hacer un camino que vaya de Uxmal a Kabán y cuando esté listo volveré y entonces te daré mi respuesta—dijo el enano.
El camino quedó hecho en poco tiempo y por él vinieron el enano y la bruja. Entonces el rey preguntó al enano:
—¿Cuál es tu respuesta?
—La sabrás si resistes la prueba que te pondré.
—¿Cuál es?
—Que en tu cabeza y la mía se rompa un cocoyol [fruto de hueso muy duro].
—Está bien, pero tú sufrirás la primera prueba—dijo el rey
—Acepto, si así lo deseas.
Se acercó el verdugo y colocó sobre la cabeza del enano un cocoyol y descargó un golpe . El enano sacudió la melena y se levantó sonriendo. Entonces el rey, en el silencio, se quitó el manto y subió al cadalso y el verdugo le colocó un cocoyol en la cabeza. Al primer golpe el rey quedó muerto.
En el acto el enano fue proclamado rey de Uxmal y ese mismo día la bruja lo llamó y le dijo:
—Ya eres rey. Sólo esto esperaba para morir. No me llores porque mi muerte no es cosa de dolor. Cumple con la justicia que aprendiste de mí. Oye el consejo de todos y sigue el mejor. No le tengas miedo a la verdad aunque sea amarga. Sé antes benigno que justo. Destierra de tu corazón la venganza. Acata la voz de los dioses pero no seas sordo a la de los hombres. No desdeñes a los humildes y no te confíes, ciego, en los poderosos.
Por un tiempo el enano siguió los consejos de la bruja y la felicidad se extendió por el reino. Pero con los años cambió de espíritu, cometió injusticias, se volvió tirano y tanto creció su orgullo que un día dijo a sus consejeros:
—Haré un dios más poderoso que todos los dioses que nos rigen.
Y en seguida mandó hacer una estatua de barro y la puso sobre una hoguera y con el fuego se endureció y vibró como si fuera campana. Entonces el pueblo creyó que la estatua hablaba y la adoró. Por esta herejía, los dioses destruyeron Uxmal.

LA LEYENDA DEL AMANCAY


En la zona de Ten-Ten Mahuida, hoy conocido como Cerro Tronador, habitaba la tribu Vuriloche, cuyo nombre luego se deformaría para denominar esa bella comarca andina.Quintral, el hijo del cacique de la tribu, era admirado por las jóvenes debido a su valentía y fortaleza. Entre todas ellas había una que, además de admiración, sentía un profundo amor por él, pero su condición humilde le impedía siquiera imaginar la posibilidad de que el joven se fijara en ella. Amancay, tal era el nombre de la hermosa joven, no era indiferente a Quintral. Muy por el contrario, él sentía que su corazón se inflamaba cada vez que la morena joven se encontraba cerca, pero sabía que su padre jamás aceptaría que él la desposara. Un día, varios integrantes de la tribu comenzaron a morir a causa de una extraña enfermedad. La epidemia no tardó en extenderse, y también Quintral cayó gravemente enfermó. Aquellos que aún se encontraban sanos comenzaron un éxodo que les permitiera alejarse de los malos espíritus que estaban diezmando a su gente. Quintral empeoraba cada vez más, y en medio del delirio y la fiebre no dejaba de pronunciar el nombre de su amada Amancay. Su padre consultó a su consejero y este le contó sobre el amor profundo y silencioso que existía entre ambos jóvenes. Viendo el grave estado de su hijo, el cacique envió a sus mejores guerreros a buscar a la muchacha. Mientras tanto, Amancay había consultado a una Machi para que la ayudara a encontrar una cura para su amado Quintral. La anciana le reveló que la única forma de salvar al joven era prepararle una infusión con una flor amarilla que crecía en la cumbre del Ten-Ten Mahuida, y Amancay no dudó en ir en su busca. El ascenso no fue sencillo, pero ella no cejó en su esfuerzo. Por fin logró llegar a la cima de la montaña y encontrar la bella flor, pero no se percató de que el gran cóndor la observaba desde las alturas. Tan pronto como Amancay arrancó la delicada flor, el cóndor descendió junto a ella y le recriminó haber tomado aquella flor que pertenecía a los dioses. Con voz de trueno dijo que los dioses lo habían puesto como guardián de las cumbres y todo lo que en ellas se encontraba, y a pesar de que la joven pidió disculpas y explicó la situación en la que se encontraba Quintral, el imponente ser no quiso escuchar razones. Al ver que las lagrimas brotaban de los ojos de la muchacha, el cóndor le propuso entregarle la flor a cambio de que ella le diera su propio corazón. Amancay no dudó. Después de todo, ¿de qué le serviría su corazón si no tenía a nadie a quien amar? La joven se arrodilló frente al ave y sintió como el potente pico habría su pecho en busca del delicado corazón. Sus labios se abrieron y una débil voz pronunció por última vez el nombre de su amado Quintral. El cóndor, conmovido por el amor que hasta último momento demostró la joven, con delicadeza tomó el corazón con una garra y la flor amarilla con la otra para luego elevarse majestuosamente. El cóndor voló hasta la morada de los dioses, sin darse cuenta que gotas de la sangre de Amancay salpicaban no sólo el camino sino también la delicada flor. Una vez en su destino, imploró que le permitieran llevar la cura para Quintral y que crearan un recordatorio para que el sacrificio de la joven no fuese olvidado. Ambas cosas fueron concedidas, y de cada gota de sangre que cayó en los valles y las montañas nació una bella flor amarilla con gotas rojas que se convirtió en símbolo del amor incondicional. Desde ese día, quien regala una flor de Amancay te entrega su corazón.

ÑANCULAHUEN





Ñanculahuen

Toda la tribu llora la terrible enfermedad que sufre su gran cacique Loncopán. La fuerza de su hermoso y corpulento cuerpo ha desaparecido y está postrado en su lecho sin poder moverse, a pesar de los remedios y del Nguillatün en el que pidieron a Nguenechén por su salud.

Loncopán es muy querido y respetado por sus súbditos, no solo por su destreza en la caza y en la guerra, sino también por la sabiduría, comprensión y justicia con que los gobierna.

Han ido a buscar a la machi a su choza, allá entre los cipreses y alerces del espeso bosque; tienen la esperanza de que con sus hierbas y exorcismos sagrados, cure la terrible enfermedad que lo está arrastrando a la muerte. Llega la machi y entra en la choza. Al lado del lecho del enfermo está su amante esposa Pilmaiquén, con los ojos llenos de lágrimas, desesperada. Le ha pedido a Nguenechén que tome su vida a cambio de la de su esposo.

La machi hace conjuros y ritos supersticiosos y entre gritos y gestos grotescos, exclama finalmente con una convulsión:

¡¡¡Ñancú..., Ñanculahuén!!!

Pilmaiquén se estremece y ahoga un grito en su garganta. La Ñanculahuén, es una hierba que crece en lo alto de la montaña, y está custodiada por el Nancú, el aguilucho blanco.

Todo el que intenta apoderarse de ella corre terribles peligros. No obstante, la amante esposa exclama sin dudarlo un momento:

¡¡¡Yo lo haré!!!

Se acerca a la cama de su esposo y le dice Yo te traeré la hierba. Dentro de tres días estaré de vuelta. Pilmaiquén parte decidida. Todos quedan aterrados cuando la machi les dice:

Ha ido a buscar la Ñanculahuén...

Pilmaiquén se internó por senderos solamente transitados por animales silvestres, hasta llegar a la cordillera nevada. El viento helado le azotaba la cara y las piedras y espinas cortantes hicieron sangrar sus pies, pero el pensamiento de su esposo le dio ánimo y le hizo soportar con alegría los sufrimientos.

Se alimentaba con los piñones de los pehuenes y dormía bajo las lengas achaparradas de las altas cumbres. Al segundo día llegó a los dominios del Rancú, donde crece la hierba que sana. Rendida se sentó sobre una roca a descansar. De repente sus ojos divisaron un ave blanca que se había posado en una roca cerca de ella. Su mirada era penetrante y con un graznido potente exclamó:

- ¿Qué has venido a buscar? -

- Mi esposo se está muriendo. ¡Dame la hierba que sana! Yo estoy dispuesta a dar mi vida por ella.

El Ñancú aceptó su sacrificio y le contestó:

- Por el amor que tienes a tu esposo, acepto tu ofrecimiento. Te daré la hierba que me pides, pero, a medida que tu esposo recupere su salud, tú perderás tus movimientos y tu palabra. Sólo conservarás tus ojos sanos para que puedas ver la obra que has hecho, y serás la esposa más amada del mundo.-

Vuela el aguilucho y regresa al momento con la hierba sagrada entre sus garras y se la da a Pilmaiquén que llora de felicidad.

Al tercer día de haber partido, la tribu recibe entre exclamaciones de asombro a Pilmaiquén que regresa con la hierba sagrada en sus manos. Rápidamente prepara la infusión con la maravillosa hierba y lava las heridas de su esposo que de a Poco va recuperando sus movimientos. Al mismo tiempo ello. va quedando paralizada y su dulce palabra se va apagando en sus labios. Cuando Loncopán recupera totalmente su salud pregunta por su esposa. La encuentra sentada cerca del bosque. Los ojos de su esposa se llenan de lágrimas al no poder hablar Loncopán comprueba que tampoco puede moverse. La toma en sus brazos y la lleva a la ruca y hace llamar urgentemente a la machi para que conjure el mal de su esposa.

- Tu esposa no volverá a hablar ni a moverse - le dice la machi-. Ese ha sido el precio de tu salvación. Ella le ofreció al aguilucho blanco su vida a cambio de la tuya y él aceptó el sacrificio.

La Machi

Loncopán cae de rodillas ante el lecho de su esposa y comprende cuánto lo ha amado. Desde entonces la Nanculahuén es la hierba sagrada que cura úlceras y está a disposición, por voluntad del aguilucho blanco, de todo el que la necesita.

LEYENDA DE LA MUTISIA




Hace ya mucho tiempo los fértiles valles de la cordillera estaban ocupados por tribus mapuches. Painemilla (oro azul), era un cacique altanero y violento que pretendía imponer su dominio sobre todas las tribus vecinas. Los que no se le sometían eran sus enemigos irreconciliables y con ellos mantenía frecuentes guerras.

Tal era el caso de Huenumán (cóndor del cielo),quien no se doblegaba a las pretensiones de su vecino y seguía luchando por su independencia y autonomía. Un antiguo rencor separaba a ambos jefes de sus súbditos.

Pero la flor del amor brota también en lugares inhóspitos como los pehuenes entre las rocas. Así sucedió que Millaray (flor de oro),la joven hija de Painemilla, se enamoró locamente de Ñancumil(aguilucho de oro),hijo precisamente de su enemigo, el cacique Huenumán. Se vieron muchas veces a escondidas por temor al odio entre sus padres.

En cierta ocasión, toda la tribu de Painemilla estaba reunida celebrando un Nguillatún en una gran explanada. Durante la noche todos dormían menos la machi que velaba junto al rehue (altar), cuidando la sangre del animal sacrificado. De pronto, un graznido potente rompió el silencio nocturno:era el Pun Triuque (chimango de la noche) quien con su grito de alerta presagia desgracias. La machi se estremeció y escuchó atentamente cualquier ruido que pudiera delatar el suceso anunciado por el pájaro agorero. Miró atentamente a su alrededor escudriñando a través de las tinieblas. Un ruido sospechoso hizo que enfocara hacia allá su mirada observando cómo sigilosamente escapaban entre las sombras dos jóvenes que alcanzó a reconocer:eran Millaray y el hijo del enemigo tomados de la mano. La machi quedó perpleja y decidió consultar con el pillán,o deidad de su devoción, cómo proceder en estas circunstancia. –“¿Debo o no avisar al padre de la niña?” –“Sí” -le contestó el pillán. Inmediatamente corrió al toldo del cacique y delató la fuga de su hija. Al salir se sobresaltó de nuevo. ¡Oh desgracia! Por segunda vez escuchó el alarmante grito del Pun Triuque. Painemilla muy enojado ordenó la persecución y captura de los muchachos. Al poco rato fueron apresados y traídos ante la presencia del cacique.

Inmediatamente fueron juzgados y condenados a muerte.De nada les sirvió explicarles que querían casarse respetando todos los rituales y costumbres de la tribu y que nada malo les hacían a los demás. El no participar del odio al enemigo era para ellos un gran delito. Inmediatamente se dispusieron a ejecutar la sentencia y por tercera vez se escuchó el afligido y doliente grito del Pun Triuque. Ya nadie lo escuchó. Ambos jóvenes fueron atados a un poste y con lanzas y machetes, entre gritos e insultos les dieron la más cruel de las muertes.

Abandonaron los cuerpos ya sin vida colgando del palo y se retiraron a sus toldos. A la mañana siguiente una sorprendente maravilla esperaba a los verdugos de esta inocente pareja de enamorados. En el mismo lugar donde estaban los cuerpos de los jóvenes habían nacido unas hermosas flores nunca vistas hasta entonces. Parecidas a las margaritas, tenían largos pétalos anaranjados y se abrazaban al poste del sacrificio igual que una enredadera, como se abrazaban los enamorados. -¡Quiñilhue, Quiñilhue! –gritaron admirados los primeros que las vieron.

Todos fueron a ver al prodigio y no salían de su asombro. Avergonzados y arrepentidos, los mapuches empezaron a venerar esa flor llamada mutisia por los blancos que desconocen su origen, y desde entonces le dicen Quiñilhue como los primeros que la vieron. Las almas de los jóvenes amparadas por el Futa Chao (padre grande) en el país del cielo,se amarán por siempre, mientras esa delicada flor de pétalos dorados nos recuerda su martirio dado por hombres injustos.

LEYENDA DEL AMANECER



El cielo del amanecer no tenía color, era simplemente blanco lechoso, pero una noche, ya cercano al amanecer el gigante Noshtex (Gigante perverso, Padre de Elal), asesinó a la nube que tenía prisionera y arrojó su cuerpo ensangrentado al espacio para no ser descubierto.

Sin embargo la sangre que manaba abundante, salpicó al firmamento y chorreó largamente. Cuando comenzó a salir el sol, iluminó la trágica escena y, asombrados, los indios vieron enrojecerse más y más el cielo; por la tarde se repitió la escena y así día tras día hasta el infinito del tiempo.


Los patagónicos suelen mirar extasiados los amaneceres y las puestas del sol recordando, en el silencio de las inmensidades, el origen de los cielos más lindos de la tierra.

LA XTABA



Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban los vecinos la XKEBAN, que es como decir la pecadora, y a la otra la llamaba la UTZ-COLEL, que es como decir mujer buena. La XKEBAN era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de amor. Por esto, las gentes honradas del lugar la despreciaban y huían de ella como de cosa hedionda. En más de un ocasión se había pretendido lanzarla del pueblo, aunque al fin de cuentas prefirieron tenerla a mano para despreciarla. La UTZ-COLEL, era virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había cometido un desliz de amor y gozaba del aprecio de todo el vecindario.
No ostante sus pecados, la XKEBAN era muy compasiva y socorría a los mendigos que llegaban a ella en demanda de auxilio, curaba a los enfermos abandonados, amparaba a los animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente la injurias de la gente. Aunque virtuosa de cuerpo, la UTZ-COLEL era rígida y dura de carácter: Desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella y no curaba a los enfermos por repugnancia.
Recta era su vida como un palo enhiesto, pero sufrió su corazón como la piel de la serpiente. Un día ocurrió que los vecinos no vieron salir de su casa a la XKEBAN, pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro. Pensaron que la XKEBAN había muerto abandonada; solamente sus animales cuidaban su cadáver, lamiéndole las manos y ahuyentándole las moscas. El perfume que aromaba a todo el pueblo se desprendía de su cuerpo. Cuando la noticia llegó a oídos de la UTZ-COLEL, ésta rió despectivamente.
Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume alguno- exclamó. Más bien hederá a carne podrida. Pero era mujer curiosa y quiso convencerse por sí misma. Fue al lugar, y al sentir el perfumado aroma dijo, con sorna: Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres, y añadió: Si el cadáver de esta mujer mala huele tan aromáticamente, mi cadáver olerá mejor. Al entierro de la XKEBAN solo fueron los humildes a quienes había socorrido, los enfermos a los que había curado; pero por donde cruzó el cortejo se fue dilatando el perfume, y al día siguiente la tumba amaneció cubierta de flores silvestres.
Poco tiempo después falleció la UTZ-COLEL, había muerto virgen y seguramente el cielo se abriría inmediatamente para su alma. Pero ¡Oh sorpresa! contra lo que ella misma y todos habían esperado, su cadáver empezó a desprender un hedor insoportable, como de carne podrida. El vecindario lo atribuyó a malas artes del demonio y acudió en gran número a su entierro llevando ramos de flores para adornar su tumba: Flores que al amanecer desaparecieron por "malas artes de demonio", volvieron a decir.
Siguió pasando el tiempo, y es sabido que después de muerta la XKEBAN se convirtió en una florecilla dulce, sencilla, olorosa llamada XTABENTUN. El jugo de esa florecilla embriaga dulcemente tal como embriagó en vida el amor de la XKEBAN. En cambio, la UTZ-COLEL se convirtió después de muerta en la flor de TZACAM, que es un cactus erizado de espinas del que brota una flor, hermosa pero sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla es fácil punzarse.
Convertida la falsa mujer en la flor del TZACAM se dio a reflexionar, envidiosa, en el extremo caso de la XKEBAN, hasta llegar a la conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le ocurrió todo lo bueno que le ocurrió después de muerta. Y entonces pensó en imitarla entregándose también al amor. Sin caer en la cuenta de que si las cosas habían sucedido así, fue por la bondad del corazón de la XKEBAN, quien se entregaba al amor por un impulso generoso natural. Llamando en su ayuda a los malos espíritus, la UTZ-COLEL consiguió la gracia de regresar al mundo cada vez que lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su corazón no le permitía otro.
Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer XTABAY la que surge del TZACAM, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar a un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un amor infernal.

LOS ALUXE


Por las noches, cuanto todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los campos; son seres de estatura baja, niños, pequeños, pequeñitos, que suben, bajan, tiran piedras, hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus pisadas y juegos. Cuando el humano despierta y trata de salir, ellos se alejan, unas veces por pares, otras en tropel. Pero cuando el fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderse, para salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, corresponden. Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal, tratan mal, y la milpa no da nada, pues por las noche roban la semilla que se esparce de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Nosotros les queremos bien y le regalamos con comida y cigarrillos. Duendecillos malévolos que vagan por los bosques y que suelen penetrar en las casas de los campesinos por las noches. Entre sus travesuras están: sacudir las hamacas de los durmientes para despertarlos y lanzar piedras y maltratar a los perros. Provocan fuertes calenturas y vómitos en las personas con sólo pasarles la mano suavemente por la cara. Sólo se compadecen de quienes les regalan comida o les hacen ofrendas. En compensación, los protegen, y cuidan de sus casas y sus milpas. A quienes atrapen robando los frutos de los huertos ajenos le propinarán una paliza y, por último, acabarán pegando en los gajos los frutos arrancados por el ladrón. Los aluxes nunca duermen o, si lo hacen, duermen con los ojos abiertos.

LA FLOR DEL LIROLAY


Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados sabios más famosos.

Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.

Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.
Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.
Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.
Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.
El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.
Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio.
Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.
Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.
De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.
Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.

Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:
No me toques, pastorcito,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.

La fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:
No me toques, padre mío,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.
Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:
No me toquen, hermanitos,
ni me dejen tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor de lirolay.

Llevando el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivió aún, salió desprendiéndose de las raíces.
Descubierta toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores.
El joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también los perdonara.
El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.